Siempre hay una primera vez para todo. Realmente en la vida hay muchas primeras veces, el primer chupete, el primer paso, el primer beso, la primera palabra... pero generalmente cuando empezamos a hacer recuento de las primeras cosas en la edad adulta va todo relacionado con el desarrollo sexual; el primer chico que me gustó, el primer beso, la primera vez...
Todo lo que tiene una primera fase es porque le siguen varias. Si hubo un primer beso es porque después los repartimos a discreción.
Mi primer beso lo di con 13 años. Era una meta que me había propuesto. A las mujeres desde niñas nos machacan con la idea de que si no te casas, es para vestir santos (que se ve que debe ser un castigo muy muy grande, y que ninguna que se dedique a cambiarle de ropa a una talla de madera se lo puede pasar bien. Osea, que debe ser algo más penoso aún a nivel social para una mujer que tener que meterse a monja. Vestir santos es como decir que ni Dios te a querido, y eso aunque seas atea.).
Claro, esa edad es complicada. Especialmente para mí que fui de desarrollo físico muy prematuro. Era una niña pero en talla mujer, y extra grande. Claro, mis amigos de la escuela sabían que tenía 13 años, y que todos éramos unos críos (aunque a ellos se les notase a simple vista). Mi madre también hacía lo suyo por anclarme a la infancia como podía, me acuerdo que años antes me compraba unos tops, tipo sujetador deportivo para disimular que yo si hubiera sido más lista hubiera usado. Pero rebajarme al sujetador deportivo era como aceptar que necesitaba aquello para algo, luego que ya no era una niña y eso tampoco quería.
Dadas las circunstancias al final accedí a lo de llevar sujetador, porque terminé sintiéndome incómoda de sentirme observada. Y mi madre me llevó a una corsetería, que casi me caigo de espaldas cuando vi que aquello era una tienda de sólo sujetadores y bragas y que era el único tema de conversación de la dependienta, una mujer bastante mayor que mi madre. Yo con 13 años claro... y la mujer nada más que diciendo que qué suerte tenía, que qué juventud, que qué... llegó un momento que me dieron ganas de decirle a la mujer "Señora, si tanto le gustan y tiene un cuchillo a mano se las regalo." Que era como yo me sentía de mi cuerpo. Algo que te ha salido sin preguntarte ni cuándo ni cómo, y está ahí para quedarse. Al final salimos con un par de sujetadores de la talla 110, no sin antes decirle a mi madre que por favor, por favor, no se lo dijese a nadie. (Cosas que se te ocurren a los 13 años, porque a quién le iba a importar ese tema...)
Bueno, pues ya con el pecho inmovilizado, pensé que había que dar un paso más para alejarme de la infancia. No me daba cuenta que ya se me estaba ella alejando sin que yo hiciese nada y de manera irrecuperable.
Salía con mis amigas por la parte vieja de 6 de la tarde a 10 de la noche (que entonces teníamos hora de volver a casa). Normalmente nos sentábamos a cotillear y a comer chucherías, y cuando nos sentíamos muy mayores jugábamos al duro. Que era un juego muy idiota con el que acababas chispado bebiendo vino malo mezclado con bebida de cola de marca blanca que te daba el del bar sin preguntarte la edad.
Una tarde de esas del duro... pensé de hoy no pasa. Tenía un prejuicio importante con todos los chicos de mi edad que conocía. Los veía como auténticos niños. Y claro, yo quería que mi primer beso, con labios lengua, saliva y todas esas cosas fuera con un hombre (Ya os daréis cuenta que esa es una fijación que tengo). Un hombre, hombre. No un chaval de esos que luego además tienes que verlo todos los días en la escuela y encima pienses "mi primer beso fue con este gilipollas..." (luego lo piensas igualmente, pero por lo menos no tienes que verlo).
Bueno, pues como no estaba enamorada, ni esas cosas que se supone que uno tiene que estar para besarse, y el reloj corría en mi contra porque en un par de meses cumplía 14 años... pensé "Cruz y raya, el primer chico que te toque será tu novio". El plan estaba ya consolidado, tenía que ser un desconocido, un desconocido hombre y tenía que ser aquella tarde. Lo que no tenía muy claro era qué desconocido se me iba a acercar o cómo acercarme yo, porque aunque hubiera muchos planes y muchas tonterías yo seguía siendo igual de tímida y soseras que antes de jugar al duro.
Yo esto no se lo había contado a nadie, porque es algo que no se le puede decir ni a tu mejor amiga. Es la típica cosa que nunca se le dice a nadie, a menos que pase y salga bien. El caso es que se nos ocurrió tomarnos una copa, a parte de lo del duro. Y fuimos a un bar, y a la salida del bar, que debían ser ya las 8,30 de la tarde (¡Que se me acababa el día!) nos encontramos con un grupo de chicos (del tiempo hombre, o sea, que no los conocíamos y parecían mayores). La cosas es que iban ya borrachos como qué, y con la tontería empezamos a hablar. Yo me acuerdo que hablé con uno que se llamaba Manuel, y cuando me di cuenta mis amigas se habían esfumado y eran casi las nueve.
Manuel en cuestión tenía 16 años (yo también dije que tenía 16, total, no necesitaba saber la verdad), y me contó alguna cosa pero no me enteré de nada, porque estaba pensando en cómo hacer para besarlo y lo que me decía me daba igual. Al final, con la borrachera que llevaba se acercó para besarme y nos besamos. De repente sentí fuegos artificiales. ¡Lo había conseguido! Fue un beso corto y mojado, y no recuerdo si le olía el aliento, pero sí recuerdo dientes... Lo aparté de mí y me fui corriendo a buscar a mis amigas.
Cuando encontré a mi mejor amiga le conté lo que había pasado, y ella me preguntó porqué no me había quedado con él o le había pedido su teléfono. Ahí que había un abismo entre su forma de pensar y la mía. Manuel no era guapo, ni lo recuerdo especialmente simpático, ni quería volver a verlo nunca. Sólo me había dado mi primer beso. Un dudoso honor que siempre ostentará. Pero eso sí, fue el primero.
Después del punto y final
Lo que pasa cuando una relación termina para siempre
lunes, 17 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Introducción
Después de pasarme varias semanas leyendo foros y blogs, me he dado cuenta de que no hay ninguno en el que este tema se trate con más o menos seriedad.
Por eso he pensado que sería interesante enfocar las rupturas como lo que realmente son y por eso voy a describir mi experiencia con pelos y señales. Esto no es una autoayuda, ni una guía para hacer las cosas bien, ¡Quién tuviera eso! Es más bien el relato de como he llevado mi situación de una forma que yo creo que es más o menos íntegra y coherente con mi forma de ser.
Lógicamente no me llamo Alma, pero soy una mujer de 35 años con una vida que ha derivado a ser normal con un trabajo normal. Para llegar hasta aquí y conservando lo poco que me queda de cabeza, he tenido que tomar muchas decisiones, algunas de ellas se han demostrado equivocadas pero he aprendido a asumirlas porque en su día parecían la única opción.
He tenido varias relaciones, la mayoría muy cortas (de pocas semanas) y una estable. Para llegar a esta que es el amor del día a día he tenido que pasar muchas veces por experiencias frustrantes que yo creía que no me aportaban nada. Cuando llega ese punto, ya sabes que tienes que decir hasta aquí se ha llegado y la máquina no tiene más cuerda.
Es difícil reconocerlo y más aún plantearlo. Pero cuando una relación pierde su esencia lo mejor es afrontarlo para ambas partes. Con el tiempo y los ejemplos que iré añadiendo os daréis cuenta como he descubierto que es mejor ir de cara y con la verdad por delante, que ir salvando momentos a base de mentiras. Es mejor que la gente se enfade contigo por lo que haces, que por que la has engañado haciendo lo contrario de lo que has dicho.
Escrito esto, pronto volveré con el resto... y os aseguro que hay para rato.
Por eso he pensado que sería interesante enfocar las rupturas como lo que realmente son y por eso voy a describir mi experiencia con pelos y señales. Esto no es una autoayuda, ni una guía para hacer las cosas bien, ¡Quién tuviera eso! Es más bien el relato de como he llevado mi situación de una forma que yo creo que es más o menos íntegra y coherente con mi forma de ser.
Lógicamente no me llamo Alma, pero soy una mujer de 35 años con una vida que ha derivado a ser normal con un trabajo normal. Para llegar hasta aquí y conservando lo poco que me queda de cabeza, he tenido que tomar muchas decisiones, algunas de ellas se han demostrado equivocadas pero he aprendido a asumirlas porque en su día parecían la única opción.
He tenido varias relaciones, la mayoría muy cortas (de pocas semanas) y una estable. Para llegar a esta que es el amor del día a día he tenido que pasar muchas veces por experiencias frustrantes que yo creía que no me aportaban nada. Cuando llega ese punto, ya sabes que tienes que decir hasta aquí se ha llegado y la máquina no tiene más cuerda.
Es difícil reconocerlo y más aún plantearlo. Pero cuando una relación pierde su esencia lo mejor es afrontarlo para ambas partes. Con el tiempo y los ejemplos que iré añadiendo os daréis cuenta como he descubierto que es mejor ir de cara y con la verdad por delante, que ir salvando momentos a base de mentiras. Es mejor que la gente se enfade contigo por lo que haces, que por que la has engañado haciendo lo contrario de lo que has dicho.
Escrito esto, pronto volveré con el resto... y os aseguro que hay para rato.
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